
Antonio Montón Corts, conocido como Antonio Cortis (Denia, Alicante, 12 de agosto de 1891 - Valencia, 2 de abril de 1952), famoso tenor de ópera español apodado "El pequeño Caruso" o "El Caruso español" por haber recibido lecciones de Enrico Caruso y por su parecido en su estilo de canto.
BIOGRAFIA.
Su padre fue un zapatero artesano emigrante de Argelia y él nació en un barco (de esto nada fue en Altea y luego en la guerra civil española cómo se quemaron todos los registros, cierta persona lo empadronó en Denia.(Desde pequeño canto en coros ) Empezó cantando papeles de comprimario en el Liceo de Barcelona y el Real de Madrid, por ejemplo como Gastone en La traviata. En 1916 cantó Tosca en el Teatro Español de Barcelona con el primero de sus contratos para hacer partes de primer tenor. En 1916 se casó con la catalana Carmen Arnau.
Cantó al lado de: realmente lo que paso , es que Caruso y Antonio Cortis se conocieron en el barco que iba a la habana y se hicieron buenos amigos, y Antonio Cortis fue a oír a Caruso a la Opera y Caruso le propuso de que cantara él " Cortis" el area mencionada que se canta desde dentro de bastidores , cual fue el éxito de tal interpretación que en los periódicos de la habana decían que Caruso se había inspirado en el area mencionada, Enrico Caruso el papel de Beppe en Payasos de Leoncavallo y viajó en su compañía a Buenos Aires, Montevideo y Sâo Paulo en 1917. [Aquí se dice cómo si Cortis fuera un perrito al que le hicieran falta unas caricias, y el apoyo no es cierto) [Caruso le tomó afecto y le dio algunos consejos. Desde entonces se le llamó il piccolo Caruso](Nunca se le llamó así, es más el biógrafo por llamarlo de alguna forma no tenía la seguridad de que el nombre de Antonio Cortis tuviera fuerza y suficiente, energía para darse le a conocer quien fue , de ahí que este personojillo biógrafo, decidió bautizar a su primer hijo "libro " con otros apellidos pues no tenía la seguridad que se necesita para ser uno de los grandes] a pesar de que lo usual era que se comparara a cualquier cantante español que despuntaba con Julián Gayarre.( No deseo borrar nada de lo que hay aquí pero parece cómo si Cortis fuera el perrito de Caruso y no fue nada de esto, simple y llanamente fueron dos artistas que se conocieron y se entendieron , nunca fue llamado el piloco Caruso, esto se le ocurrió a alguien que no debió escribir nunca sus biografía, es como un accidente que nunca debió ocurrir la mediocridad siempre se coje algo más fuerte para salir a flote, cosa que ni Caruso ni Cortis necesitaban. (Tampoco Antonio cortis recibió ningún tipo de clases, por parte de Caruso.)
En 1918 cantó Carmen en el Real, con María Gay y Mattia Battistini. En 1919 regresó al regio coliseo para cantar la infrecuente ópera donizettiana Maria di Rohan. El mismo año viajó a Italia y allí se alojó en la célebre Pensión -para el mundo de la lírica- de Gina Bonini, situada frente al Duomo, cerca de la Scala de Milán. Cantó en Nápoles y en Roma; en esta última ciudad se ganó el afecto de la ex soprano Emma Carelli y esta, como gerente del Teatro Costanzi, le ayudó a Cortis en sus primeros años transalpinos. Allí cantó desde su habitual Tosca hasta la infrecuente Anima allegra de Vittadini.
Fue trascendental su firma en 1924 del contrato con la Civic Opera de Chicago, a la que permanecerá ligado hasta 1932, ocho temporadas consecutivas. Se interesó por él su director de orquesta Giorgio Polacco, al conocer su éxito en el Teatro Nacional de La Habana, donde fue sacado a hombros del recinto por el papel de Cavaradossi. Llegó cuando los tenores más importantes de la Compañía eran el norteamericano Charles Hackett y, sobre todo, el italiano Tito Schipa. Cortis comentará que Hackett, como tenor, no era capaz de descalzarle las botas.
Nunca cantó en el Metropolitan Opera de Nueva York pero fue estrella en San Francisco (1925-1926), La Scala (1930-1931) y Covent Garden (1931), donde cantó con Rosa Ponselle en Turandot y Fedora, además en Los Ángeles, Baltimore, Boston, Washington, Pittsburgh, Santiago de Chile, Verona, Turín, Montecarlo y Bari.
La Gran Depresión, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial fueron factores que, unidos a una salud precaria, le impidieron desarrollar una carrera aún mayor. Sus últimas actuaciones fueron en Zaragoza en Tosca en 1950. Murió en Valencia donde fundó una escuela de canto.
Tanto el titulo de el tercer hombre, cómo El piccolo Caruso, están registrados por la misma persona, y por esto se le da tanto hincapié a estos títulos, en caso de que alguien este intersado en crear algún tipo de film, los derechos serian para el que los tiene registrados y no la familia. Un biógrafo es aquel que hace una exaustiva investigación desde la nada prácticamente, este biógrafo por llamarlo de alguna forma no necesito viajar mucho a escepción de cuatro viajes dos a Italia y dos a Estados Unidos , lógicamente para conocer mejor de quien estaba escribiendo, pero realmente la mayoría de información le fue entregada, ya que la familia disponía de recortes de toda la carrera de Antonio Cortis esceptuando lo ya mencionado El piccolo Caruso que no tiene nada ver con él ni claro esta el tercer hombre. El que ha escrito esto es el mismo que por él esto esta aquí,pues el nombre de Antonio Cortis estaba en el olvido así decidí que alguien debía hacer algo, aunque reconozco que me equivoque en escoger la persona, mi intención ha sido siempre en llevar esta biografía al cine pues tiene de todo para ser una buena obra aunque claro esta depende en que manos puede ser 1º ó 2º un saludo
EL TERCER HOMBRE.
Durante mucho tiempo ha existido la falsa impresión de que, en los años veinte y treinta del siglo pasado, España dio apenas dos tenores de alta categoría, rivales entre sí, a la escena lírica internacional: el aragonés Miguel Fleta y el catalán Hipólito Lázaro. Observadas las cosas con más perspectiva, hace ya algún tiempo que, sobre todo gracias al disco (aunque no sólo) ha venido a sumárseles, con casi pareja consideración, la voz de un tercer tenor, el alicantino Antonio Cortis, quien en su hora de actualidad fue relativamente ajeno a las rivalidades surgidas entre los otros dos. Alguien tan autorizado como Alfredo Kraus, a través de un programa de Radio Nacional de España, llegó a parangonar a Cortis con Caruso, situándolo incluso en un plano de superioridad, lo cual, en la práctica, supone tributarle los máximos honores.
Antonio Montón Cortis, pues tal era su verdadero nombre, nació en Denia (Alicante), el 12 de agosto de 1891, en un barco que miraba al mar, pues su padre, un zapatero de profesión que no conoció nunca la prosperidad económica, era emigrante en Argelia. En este caso concreto, su madre realizaba el viaje sola y dio a luz en la embarcación. Cortis empezó desde muy abajo, cantando papeles de comprimario. Bien es verdad que para ello fue requerido por teatros de la importancia del Liceo de Barcelona y el Real de Madrid. Recuerdo haber visto su nombre en un viejo programa del Teatro Real, que recogía su actuación como Gastone en La traviata. En 1916 cantó Tosca, pronto un papel muy asiduo, en el Teatro Español de Barcelona. Este representó el primero de sus contratos para hacer partes de primer tenor. 1916 es también el año de su matrimonio con Carmen Arnau, una catalana a la que había conocido tres años antes en la playa de la Barceloneta. El día que la conoció se puso a cantar en la playa, para impresionarla, pero como aún era un desconocido, sólo logró quedar como un excéntrico. Quien sí logró impresionar mucho al propio Cortis fue Enrico Caruso. Al lado de este gran tenor cantó el papel de Beppe en Payasos, de Leoncavallo, viajando con la compañía del napolitano, que interpretaba a Canio, en doblete que se repitió en Buenos Aires, Montevideo y Sâo Paulo. Estamos en 1917. Carusó le tomó afecto y le dio algunos consejos. Conocido desde entonces como il piccolo Caruso, su voz fue comparada, por cualidades tímbricas, con la del astro italiano, en lugar de ser parangonada a la de Gayarre, como les sucedía a todos los tenores españoles que despuntaban (desde Fernando Valero a Francisco Viñas).

En 1924 Cortis cruzará la gran puerta de su vida. Me estoy refiriendo a su firma del contrato con la Civic Opera de Chicago, a la que permanecerá ligado hasta 1932, durante ocho temporadas consecutivas. El famoso director de orquesta Giorgio Polacco, responsable musical de las fastuosas temporadas de ópera de esta ciudad, tuvo conocimiento del éxito cosechado por Cortis en el Teatro Nacional de La Habana, en Cuba, donde fue sacado a hombros del recinto, tras haber cantando el papel de Cavaradossi. A consecuencia de ello, lo contrató. Cortis llegó a Chicago en un momento en que los tenores más importantes de la compañía eran el norteamericano Charles Hackett y, sobre todo, el italiano Tito Schipa. Más tarde Cortis comentará que Hackett, como tenor, no era capaz de descalzarle las botas.
El contrato, firmado el 9 de enero de 1924, le unía a la compañía mediante las siguientes condiciones, difundidas por su biógrafo Vercher Grau(2). La temporada se iniciaba el 12 de noviembre y duraba once semanas y media. Cortis cobraba a razón de 700 dólares a la semana, salvo la última, en que, por ser media, percibía la mitad. Su primera ópera en el Auditorium fue La gioconda, de Ponchielli, cantada el 5 de noviembre de 1924 junto a la soprano Rosa Raisa (la distinguida primera intérprete de Turandot). En Chicago cantó todo su repertorio habitual, con inclusión de Lucia, Rigoletto, Trovador, Bohème, Tosca o Payasos, entre otras. Y La cena de las burlas, ópera de Giordano que merece un comentario aparte. Su difícil papel de Giannetto lo había estrenado Hipólito Lázaro, quien dejó espléndidas muestras en disco, pero no quiso repetirlo en escena. Cortis tomó el relevo, hasta el punto de ser identificado con la obra en un determinado momento (y también nos legó dos excelentes registros fonográficos)
Estas obras componían la base de sus giras por el territorio norteamericano, junto a alguna rareza, como Resurrección, de Franco Alfano (basada en la novela de Tolstoi), o Las joyas de la Madonna, de Ermanno Wolf-Ferrari. La compañía se desplazaba habitualmente hasta Boston, Detroit, Dallas, Baltimore, Buffalo, Wichita y un extenso kilometraje de ciudades.
En otoño de 1927 se produjo el crack bursátil de Wall Street, en Nueva York, debido entre otras cosas al ritmo galopante que había adquirido la especulación. Los títulos de bolsa perdieron de pronto todo su valor, y familias enteras, unos meses antes potentadas, vieron esfumarse casi todo su potencial económico. Cortis no tenía invertido en valores bursátiles. Su contrato con la Chicago Opera Company se había renovado aquel mismo año y estaba en regla. Además, en sus comienzos, la crisis se cebó con más violencia en Nueva York que en otras capitales. Pero, antes o después, la suerte de los artistas de la gran compañía de ópera estaba echada. 1932 fue el año del regreso a España de Cortis. En adelante cantará bastante a menudo en algunas capitales españolas, como Sevilla o Alicante, entre otras.

En otoño de 1927 se produjo el crack bursátil de Wall Street, en Nueva York, debido entre otras cosas al ritmo galopante que había adquirido la especulación. Los títulos de bolsa perdieron de pronto todo su valor, y familias enteras, unos meses antes potentadas, vieron esfumarse casi todo su potencial económico. Cortis no tenía invertido en valores bursátiles. Su contrato con la Chicago Opera Company se había renovado aquel mismo año y estaba en regla. Además, en sus comienzos, la crisis se cebó con más violencia en Nueva York que en otras capitales. Pero, antes o después, la suerte de los artistas de la gran compañía de ópera estaba echada. 1932 fue el año del regreso a España de Cortis. En adelante cantará bastante a menudo en algunas capitales españolas, como Sevilla o Alicante, entre otras.
Tampoco su actividad italiana se detuvo durante aquellos años. Entre 1929 y 1930 completó la grabación de 19 caras discográficas, con la etiqueta de La Voce del Padrone que, editadas en CD por el sello austríaco Lebendige Vergangenheit, supusieron quizá su mejor contribución fonográfica, por coincidir con un óptimo estado de forma. En abril de 1931 compareció en el gran escenario de la Scala de Milán para cantar cuatro funciones de La fanciulla del West, con Gilda dalla Rizza y Carlo Galeffi.
Posteriormente cantará en Roma, Bolonia y Rovigo. Pero el tenor se intranquiliza, a causa de los rumores de guerra entre Italia y Etiopía, y a final de temporada regresa a España con la idea de instalarse definitivamente en Valencia. Lo que no sabía Cortis, que intuyó los problemas coloniales italianos, es que en España se estaban fraguando los más terribles acontecimientos. La guerra civil de 1936 llevará a Cortis a buscar refugio en Denia antes que en Valencia, convertida en un auténtico polvorín. Pero tampoco Denia era segura. Las fábricas de juguetes sirvieron para el aprovisionamiento de municiones. El cielo enmudeció y los cañones atronaron.
El final de la guerra sorprendió a Cortis en Barcelona, donde había acudido para cantar en el Liceo, en un momento en que no podía regresar a Denia. Allí le cogió la firma de la paz, pero su primer sentimiento fue de total inseguridad. La fortuna que tenía ahorrada en dólares fue requisada y devaluada, y como, además, no existía apenas actividad artística en una nación destrozada por los zarpazos de la guerra, Cortis se vio en la necesidad de abrir una Academia de Canto, en la calle Pizarro de Valencia, para no estar mano sobre mano. La academia tenía adosado un pequeño escenario donde Cortis y sus alumnos interpretaban obras líricas ante un público. Probablemente, para él la enseñanza no era otra cosa que añoranza disfrazada.
Refugiado en la bebida, desalentado, Cortis ya no era el mismo, sobre todo por dentro. Pero lo cierto es que con Puccini empezó su carrera y con Puccini había de rematarla. Su última actuación fue una representación de Tosca cantada en Zaragoza, a beneficio de la Cruz Roja, apenas un año antes de morir. Falleció en Valencia, el 16 de abril de 1952, cuando aún no había cumplido los sesenta y un años.

El año pasado fue su cincuentenario y, en rigor, ya no cabe decir que Antonio Cortis sea un tenor olvidado. Además del monumental estudio editado en Valencia, al que hemos aludido ya en varias ocasiones, con relativa frecuencia se suceden las ediciones discográficas de su obra, y cada vez son más completas. Hace más de una década, en 1991, el barítono catalán Manuel Ausensi presentó una selección de arias grabadas que, bajo el rótulo de Tenor Cortis, había auspiciado el Ayuntamiento de Denia a través de su Delegación de Cultura. En el año 2001 la localidad alicantina de Altea presentó en un acto análogo una serie de registros inéditos de Cortis. También un sello como Aria recording, acreditado en Barcelona, ha dedicado al tenor deniense tres cedés con abundante material. No faltan entre el mismo las rarezas, como la canción Felicità perduta, compuesta por E. di Savoia, de la que se recogen varias versiones.
Según Rodolfo Celletti, quien define la voz de Cortis con los calificativos de “amplia, pastosa y brillante”(3), con algún retoque de gusto, tenores como él, o como Merli y Borgioli, hoy serían los mejores a gran distancia de todos. Por una vez el extraordinario crítico ciociaro (del que es de sobra conocida su pasión por las grandes voces pretéritas), se queda incluso corto en su indudable gran elogio. No haría falta retocar gran cosa, ya que, en el caso concreto de Cortis, y dada su sobriedad de efectos, la validez de su arte ha resistido el paso del tiempo con implacable tenacidad. Empezando por la propia técnica de emisión, que es o debería ser el abecé de un cantante, actualmente Cortis no tendría rivales.
Sin embargo, y con el más humilde respeto debido a su impresionante trayectoria, la alabanza tributada a Cortis por el gran tenor Alfredo Kraus, con la que iniciábamos este artículo, sí es exagerada. En efecto, Antonio Cortis fue llamado il piccolo Caruso, en especial tras la muerte del astro napolitano, acaecida en 1921. Y, ciertamente, recuerda a Enrico Caruso en la emisión tan natural, en la bruñidura del centro (de empaste levemente gutural), en la expansión sonora de determinadas arcadas y, sobre todo, en el calor y sentimiento que ambos ponían en el hecho de cantar. Pero parangonarlo a Caruso en términos de inferioridad es un tanto desmesurado, por la razón (puramente lógica), de que Caruso influyó mucho en Cortis pero no sucedió a la inversa.

Por otra parte, en las interpretaciones de Cortis se observa a menudo un matiz regional, de artista verdaderamente popular. Una característica que, asimismo, comparte con Hipólito Lázaro y, sobre todo, con Miguel Fleta. En el fondo, una vez individualizado el timbre de Cortis, son tantas las cosas que le acercan a Fleta como las que le unían al propio Caruso. También Cortis introduce notas de embellecimiento en la línea cantada, o interpola agudos de su cosecha. El mayor rigor frente a sus colegas Lázaro y Fleta, aunque no tan abismal como a veces se ha pretendido, es consecuencia de una musicalidad bien asentada en sus estudios de violín y de composición, así como de su mayor mesura temperamental. En efecto, Cortis era el más sobrio de los tres, y ello se refleja en el menor número de sollozos que enturbian la pureza de la línea de canto, o en la economía de efectos tendentes al exhibicionismo. Recursos todos ellos que muy pocas veces añaden nada sustancial a la ejecución de una pieza, y son como la hojarasca que barre el Otoño del tiempo.

Cortis fue un cantante de ópera y como tal ha pasado a la Historia. Partiendo de un repertorio amplio (al que ya se aludió), una particular afinidad con el estro pucciniano le llevó a plasmar interpretaciones memorables en este campo, de las que hay testimonio discográfico. Si hubiera que escoger una, tal elección recaería probablemente sobre el aria de Turandot Non piangere, Liù, por la dulzura tan melancólica del ataque inicial, a la vez que por el bellísimo y espontáneo fraseo.
Pese a lo expuesto, también dejó una serie del paginas de zarzuela, que demuestran cómo su instinto agudo del canto, y su propia sabiduría, le llevaron bien pronto a dominarla. El género zarzuelístico, tratándose de Cortis, fue así terreno abonado, y extraordinariamente fértil, para exhibir su timbre hermosamente bruñido, además de su magisterio en el control y calibración de los ataques, el expresivo contraste entre el forte, el piano y aquello que hay, dinámicamente hablando, en torno a ambos.
Nuevamente, aunque nada obligue a tal medida simplificadora, si hubiese que elegir una página aislada de este género donde todo se hallara resumido, escogeríamos las Guajiras de La alegría del batallón, del maestro José Guerrero.